¡Que no alumbre vuestra luz mis negros y
profundos deseos!
¡Que los ojos se cierren ante la mano! ¡Pero
cúmplase, mientras,
lo que los ojos se espantarán de ver cuando
llegue el momento de realizarse!
Shakespeare
|
Armando Martínez Verdugo
Guillermo
Almeyra no es de los que esté en el mundo cargando con la responsabilidad de la
construcción concreta de las condiciones materiales (políticas, organizativas,
ideológicas, culturales) que al irse forjando van superando al sistema que se
cuestiona y van creando los medios que habrán de subvertir el orden establecido
y derrocar a la clase que lo detenta. Es un periodista excelente, pero libre de
aquella inmensa responsabilidad. Hay en nuestro país muchos como él. Sus
escritos son dignos de leerse y estudiarse porque informan y porque rompen con
las seguridades y problematizan el pensamiento. Mas, carecen de aquello que te
obliga a medir bien lo que dices ya que las consecuencias no se quedarán en el
plano puramente ideológico, pues tú debes responder ante una organización, ante
un espacio revolucionario con el que estás comprometido, ante un pueblo.
El tema
del anti-capitalismo y de lo anti-sistema es su tema favorito. Y está
bien, un periodista revolucionario debe siempre llamar a no olvidar este
objetivo fundamental. Pero usar la palabra anti-capitalismo
a diestra y siniestra no siempre implica medidas anti-capitalistas reales y efectivas. Y, sobre todo, no siempre
resuelve el sustancial problema de las mediaciones
que deben emprenderse para que las palabras materialicen en hechos y no se
queden en el nivel de la reflexión. Pensadores y periodistas como Guillermo
Almeyra suelen también presentarse como los más fieles a los grandes principios revolucionarios.
Hace
mucho que me he formado estas opiniones sobre Almeyra. Su artículo “Morena,
Marichuy y México”, las ha refrendado.
Se
refiere a los programas de AMLO y de
la compañera Marichuy. Toma como programa exclusivamente lo escrito y no
parece considerar que en ambos, más allá de los textos están las resistencias
que, en sí, son tanto o más programa que
las elaboraciones electorales. Éstas, las formulaciones electorales están
hechas también para permitir a sus sustentantes ganar votos, atraer aliados, crear
condiciones que eliminen estorbos políticos, diplomáticos, etc. Pero, sobre
todo, están hechas para calar en el alma del pueblo; combinan lo necesario y posible con lo que hay que construir. Toman en cuenta no sólo el blanco contra el cual se despliega la
acción, sino lo que hay que atacar de ese blanco
para que el proceso se despliegue. Toman en cuenta el eslabón más débil de la cadena de dominio que hay que golpear; y lo
que en las mentalidades y los sentimientos del pueblo cuentan más y operan como
dispositivos pulsionales de mayor efecto. Consideran la correlación de fuerzas sobre
la que se opera. Es como si nos hubiéramos puesto a cuestionar, en su momento,
al Movimiento 26 de Julio y a su líder Fidel Castro porque no se declaraban
comunistas ni siquiera socialistas. Recordemos que, incluso, Fidel casi gritó
en Cuba y en Estados Unidos que se despreocuparan, que ni él era comunista ni
la revolución cubana lo era. Pero, ¿puede alguien negar que ese movimiento
revolucionario cubano contenía la potencia que más pronto que tarde permitió
abrir compuertas para una profundización del proceso de cambios? Y desde la
Sierra lo que se demandaba, básicamente, estaba dentro de lo que hoy suele
denominarse democratización del Régimen.
Los imponderables, de los que un día habló El
Che, fueron imponiendo la fuerza popular que no sólo exigía medidas más
radicales, sino más orientadas al corazón del sistema.
Yo he
dicho y escrito, que sinceramente respeto las decisiones del EZLN y del CNI. Sí
creo que ambos, y sobre todo el Sub, están
obligados a explicar al pueblo qué cambios han observado en la situación
política, incluyendo lo jurídico e institucional, que, después de haber
declarado casi como un principio no
luchar por arriba y condenar a todo aquel que siquiera se permitiera
reflexionar sobre la pertinencia de participar en las elecciones[1], de pronto
han decidido luchar también “por arriba” y, quien sabe por qué artes, ahora sí
eso no es condenable. Cuando, en realidad, las condiciones jurídicas,
institucionales y políticas están más judicializadas y hechas para el fraude.
No cabe
ninguna duda que el “programa” electoral que es enarbolado por Morena, con AMLO
de nuevo como candidato, no sólo no es anti-capitalista sino ni siquiera es
democrático-popular. Yo he dicho y
escrito que AMLO, su equipo más cercano (la burbuja, se le llamó en un tiempo),
es liberal-reformador pequeño-burgués, que se propone medidas anti-corrupción
de la burguesía dominante, medidas que hagan funcionar al mecanismo estatal sin
las prácticas típicamente priistas (el patrimonialismo,
la criminalización de toda oposición, el saqueo de la riqueza nacional por el
capital extranjero, y otras de igual sentido). Esto es lo que ha calado en la
mente y en los sentimientos de los millones de ciudadanos (trabajadores, sectores medios, intelectuales, mujeres,
jóvenes, grupos que sufren discriminación de todo tipo, empresarios golpeados
por el capital transnacional neoliberal,
e indígenas –que en Puebla, en Tlaxcala, en Veracruz, en Oaxaca, en
Nayarit, en Sinaloa, en Chiapas, han votado por AMLO y seguro lo harán de nuevo
en el 18--); esto es lo que ese pueblo en resistencia contra los agravios de la
conducción político-estatal burguesa hegemónica, ve, siente, recoge. Este
pueblo en resistencia no lee el “Proyecto” de AMLO. Lee lo que éste ha venido
trasluciendo y declarando a lo largo de años. Pero, sobre todo, ese pueblo ve, se
mentaliza, en el convencimiento de que hay que sacar de la Presidencia a esos malditos. Se ve a sí mismo. Ese pueblo
no profesa culto a la personalidad hacia AMLO; lo respeta, lo estima; lo ha
asumido (con escasa autodeterminación, es verdad) como un símbolo de esperanza,
de confianza por la honradez, por la entrega que acompaña a la personalidad de
López Obrador. Eso se decía de Cuauhtémoc Cárdenas (que había culto) y bastó un poquito para que ese
pueblo abandonara al hijo de Don Lázaro y hasta lo repudiara. El sentimiento,
que es voluntad histórica de cambio, que viene forjándose en ese pueblo,
constituye el verdadero programa de
este movimiento. Y ese sentimiento es la potencia fundamental que, dormida, no
activada suficientemente, da a este proceso el contenido de ser un proceso que
se dinamiza no para dar a conocer un proyecto, no para hacer crecer a una
organización, ni siquiera para hacer denuncias, sino para buscar la derrota del
adversario, la deposición de los personeros que le han llevado a la situación
actual. Este estado de ánimo, esta psicología popular, esta determinación y
esta voluntad es el verdadero programa.
Y es, en sí, la fuerza en ciernes, la irrupción rupturista en embrión, la que
guarda la posibilidad y la viabilidad de abrir un boquete por donde pueda
irrumpir la fuerza revolucionaria anti-capitalista. Aquí está uno de los caldos
de cultivo más hirvientes para los llamados, para las proyecciones, para la
labor anti-capitalista. Ese es uno de los campos propicios para que las
palabras anti-sistema tomen
terrenalidad. Sacar de la Presidencia y del gobierno de la República a la
burguesía priista, con un pueblo como
el que viene resistiendo en este espacio de la conflictividad social y de
clases, constituirá una ruptura de importancia histórica[2]. Esta
burguesía es un hueso duro de roer.
Para que el pueblo pueda levantarse con la decisión y la voluntad de deponerla,
se requieren lenguajes y símbolos que realmente le lleguen al corazón.
El
movimiento en el que la compañera María de Jesús Patricio Marichuy aparece como
“vocera” (con el deseo de reunir las suficientes firmas para ser
candidata) merece el mismo respeto que
el que se agrupa en Morena y, más que todo, el que sin estar en Morena, se
simboliza hoy por la figura de AMLO. ¿Tiene un programa anti-capitalista este
movimiento de Marichuy? Vean lo que escribe Guillermo Almeyra:
“Frente
a esta candidatura de Morena destinada (sic! El “destino”!) a reforzar las
instituciones capitalistas y a encauzar hacia vías institucionales la rabia
popular se alza la candidatura de una mujer indígena –Marichuy Patricio—que se
declara (sic!) anticapitalista, incorpora a la izquierda revolucionaria y de
clase y depende del apoyo de los trabajadores incluso para vencer el obstáculo
de su registro”. Y luego remata: “El anticapitalismo de su programa, es cierto, todavía no se concreta en
medidas que se podrán adoptar inmediatamente o en llamados a crear todo tipo de
organizaciones de base, desde las cooperativas de consumo o de producción hasta
las policías comunitarias y las autodefensas frente al crimen y a la ofensiva
reaccionaria del Estado”. Así que el programa “todavía no se concreta”.
¿Qué es entonces? Una viabilidad, una energía que puede desplegarse para
materializarse. Esta posibilidad, ¿descansa en las palabras o en los escritos
de Marichuy? Descansa realmente, en
el pueblo resistente que da existencia al movimiento. Por otra parte, ¿el
anticapitalismo descansa y va a fundarse en “todo tipo de organizaciones de
base” (que también existen y se siguen formando en el movimiento pro-AMLO); en
“cooperativas de consumo o de producción” y en “las policías comunitarias”. Por
favor, camarada Almeyra, ¿dónde quedaron sus exigencias principistas en torno a
las relaciones mercantiles, dinerarias, a la autodeterminación del pueblo sobre
el uso de su fuerza de trabajo, sobre el destino de los valores que produce,
sobre el cambio radical del Estado que debe comenzar a extinguirse, y todo lo que se exige de un pensamiento científico
anticapitalista?
No
hemos querido aquí referirnos al carácter limitado, sectorial, de la
perspectiva del movimiento que tiene como su candidata a Marichuy; no he
querido referirme a que este movimiento no se dinamiza con la decisión expresa
de hacer todo lo posible, de trabajar duro desde
este proceso, para infringir una derrota a la burguesía hegemónica; deponer
ya a estos malditos gobernantes
históricos, que ya deben ser lanzados al basurero de la historia. Y no hemos
querido hacerlo porque queremos poner por delante lo positivo que también hay
en este Movimiento pro-Marichuy. No tenemos porqué condenar a uno para hacer
prevalecer al otro. No tenemos porqué ensalzar a uno para que se beneficie el
otro. Los dos son pueblo en resistencia y merecen respeto y consideración. ¡No
hablamos de sus liderazgos; no hablamos de sus instrumentos de acción!
¡Hablamos de pueblo en resistencia! Ah, mas, el que ambos merezcan respeto no
significa que el apoyo a uno u otro sea indiferente. Apoyar a uno significa
situarse en una específica contribución histórica; colocarse en lo más cercano
y avanzado para contribuir a enfrentar y resolver el objetivo de este momento
histórico: sacar a la burguesía hegemónica de la conducción político-estatal de
México.
Almeyra
ve que las flores que lanza hacia Marichuy (¡Qué no las necesita!) le crean incómoda
situación. Por eso lanza también una profesión de fe como la siguiente: “Pero
la dinámica misma de la candidatura y la lógica de los hechos permiten esperar
un progreso en la extensión del programa”. Amén, dirían algunos. ¡La dinámica, la lógica! Almeyra, como las brujas de Macbeth, con verdades dice
mentiras. (27/11/2017).
[1] Como lo hizo Rumbo Proletario en el 2006, por lo cual RP fue condenado públicamente por el Sub, en
Michoacán.
[2] La revolución rusa de febrero de 1917
llevó a la burguesía a la conducción político-estatal de Rusia, bajo un
programa democrático, que sirvió para abrir una enorme compuerta para el
Octubre rojo. No fue dirigida por los bolcheviques. No quiero decir que el
pueblo mexicano que en este momento resiste y busca sacar a los gobernantes
históricos del gobierno cuente con las cualidades del pueblo ruso de ese
momento. Sólo lo pongo como ejemplo, de que lo importante es que el pueblo
genere una gran ruptura, una ruptura concreta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos interesa tu comentario: