Armando Martínez Verdugo
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La conflictividad social y de clases tiene ya, y tendrá aún más a medida que se acerque el año dieciocho, a la confrontación político electoral como uno de los hechos más significativos de la vida política nacional. Una vez más México será teatro de un enfrentamiento agudo entre sectores importantes del pueblo mexicano y el grupo clasista que tiene bajo su control la conducción sociopolítica, económica y cultural del país. Esta confrontación es de alto significado por otra razón de igual peso: se da en torno al eje de la dominación y del control político, al núcleo básico de la dictadura burguesa implantada en México desde hace décadas. La Presidencia y el Gobierno de la República constituyen, otra vez, el objeto de la disputa, es decir, el espacio, la institución y la relación estatal que controla y manda sobre los aspectos más importantes de la conformación, el ejercicio y la coacción de la voluntad de la clase dominante. No se trata de una lid electoral común y corriente. Realmente, estamos ante el despliegue de una verdadera resistencia, es decir, pueblo en un empuje muy activo y una oposición dinamizada por los agravios y las imposiciones a la población mexicana en materia de conformación de los órganos del Estado, de integración y aplicación del Erario, de formación y realización de las llamadas políticas públicas, de producción de las normas jurídicas, de definición y ejercicio de la llamada justicia, de las relaciones internacionales, específicamente de la monopolización del uso de la violencia y de su implementación práctica, de la formación y realización estatal de la ideología y la cultura del Poder del capital.
Esta resistencia, por lo demás, es la menos corporativizada y la menos sectorial, es decir, es la más englobante de la política nacional, la más masiva desde el ángulo de su cohesión, de su coherencia y de su organicidad, y la que más acerca a sectores del pueblo a incidir en los asuntos del Estado.
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Independientemente de la consideración que se tenga sobre los contendientes, sus propuestas y sus prácticas, es evidente que, desde el punto de vista del esfuerzo manifiesto por sostener a como dé lugar el control del Estado, por un lado, o por deponer a la actual dirección estatal y sustituirla por otra, el conflicto principal se escenifica entre la fuerza del priismo y la resistencia que tiene como cabeza visible a Andrés Manuel López Obrador. Los otros contendientes, bien operan como sustentáculos del priismo, bien como aspirantes a visibilizar un proyecto propio y a crecer, aprovechando la oportunidad electoral, lo cual es legítimo y corresponde al uso de una prerrogativa política que es difícil cuestionar.
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Contra esta resistencia político-electoral --que no es la única ni la que, a ultranza, en este periodo de la lucha social y de clases, puede considerarse la fundamental para las tareas centrales hacia un cambio verdadero, radical –porque va a la raíz— y con alto grado de irreversibilidad-- el priismo en general (el PRI, el PAN y los partidos que como el PRD, el Verde Ecologista, el Panal y la mayoría de los candidatos "independientes") acude a las urnas con un desgaste a cuestas de nuevo tipo. El problema ya no es sólo el desprestigio (muy grande) de una forma de gobernar. Ahora lo fundamental es un agotamiento histórico de todo el complejo de relaciones y de prácticas con las que se ha ejercido el poder en México. La crisis del priismo difiere de anteriores crisis, que pudieron ser superadas con medidas del propio Estado nacional (la gran crisis de 1929-1930 fue solventada con políticas seudo-keynesianas desde el gobierno del general Lázaro Cárdenas y desde los gobiernos del llamado periodo de la sustitución de importaciones). La crisis actual se distingue en que hoy el Estado nacional mexicano carece del Poder propio suficiente para, de una manera independiente, implementar medidas que permitan que el gobierno de la burguesía hegemónica recupere a mediano plazo los consensos que había construido en el pueblo por medio de una labor ideológico-política de muchas décadas, pero a partir de dar soluciones a algunas necesidades sociales.
El actual Estado mexicano es nacional en una medida muy escasa pues está dirigido por una casta de políticos y de empresarios doblegados al capital trasnacional; una casta que se sostiene por medio de la entrega de la riqueza nacional y del patrimonio histórico de México; está entregada en cuerpo y alma al capital mundial. Esto, por un lado. Por otro lado, es un Estado que carece de la fuerza económica y política suficiente para no operar según la voluntad y los dictados del Poder del capital transnacional, capital mundial que hasta ahora tampoco logra darse vías, vehículos y medidas que le permitan entrar a un nuevo periodo de desarrollo y, sobre todo, de prestigio y legitimidad. Por doquier la desconfianza hacia los gobernantes es un hecho; nadie cree que puedan atender las expectativas populares. La posibilidad, entonces, de resguardar consensos, de sostener las esperanzas sociales y mantener y acrecentar legitimidad, está altamente restringida. Es decir, es casi nula la posibilidad de que el Estado mexicano implemente una política keynesiana de florecimiento económico, esto es, de superación de la crisis que tiene fuertes ingredientes de crisis de expectativas, de crisis de confianza y de credibilidad. El Estado mexicano ha venido apareciendo ante muy amplias capas de la población como incapaz de atender, ya no digamos de resolver, las expectativas populares. La esperanza, único patrimonio de los pobres, ya no está depositada en los gobiernos. La desconfianza que el pueblo anida hacia todo lo gubernamental, en el sentido amplio de la palabra, y hacia todo lo que tiene que ver con su formación (partidos, instituciones electorales, leyes) es considerable. Y los consensos, la fe y la confianza en el Estado, en el gobierno, constituyen una condición fundamental para el ejercicio específico del Poder político en México. Si estos fallan, si estos no pueden recomponerse a mediano plazo, la reducción de la base social de apoyo de la burguesía hegemónica, su aislamiento y la estrechez en su capacidad de maniobra son un hecho, creciendo así la viabilidad de la deposición de dicho grupo.
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Cada vez más, una polarización de actores sociales y políticos se ahonda; crece el abismo que separa al grupo burgués hegemónico y el pueblo. La salida más accesible que le queda a esta casta dominante, que está decidida a no dejar las riendas político-estatales y que no puede a mediano plazo llevar a cabo reformas demócrata-liberales, es la implementación del fraude, avasallar en toda la línea sin límite y sin recato, como lo hizo en las pasadas elecciones a gobernador en el Estado de México. Esta casta vive del empobrecimiento del pueblo y de enriquecerse de manera faraónica, de abrir las puertas al capital transnacional para el saqueo y el despojo de todos los recursos básicos de la existencia de la Patria, del despliegue de una línea de delincuencia de lesa humanidad que le permite una continuidad casi centenaria, y de una cultura de envilecimiento de la conciencia popular. Desde la crisis de 1982 y el arribo del neoliberalismo, esta casta ha convertido al uso de la fuerza pública contra el pueblo electoralmente opositor, al recurso del fraude, no sólo en su preferido sino, a estas alturas, en su único recurso de sobrevivencia como grupo gobernante. El fraude, de hecho, ya está operando mediante una sostenida guerra sucia contra el principal opositor democrático al Régimen político y, como lo mostró el último proceso electoral del Estado de México, está no sólo aceitado al máximo sino sostenido en una falta de cualquier escrúpulo democrático-burgués, por un verdadero cinismo despótico y represor.
Esta situación constituye uno de los rasgos principales del proceso del dieciocho.
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Al mismo tiempo, no obstante el innegable y creciente descontento de amplios sectores del pueblo mexicano, la oposición electoral cuya cabeza visible es AMLO, acude a este proceso electoral, con las mismas o parecidas deficiencias, debilidades e imposibilidades que en seis ocasiones anteriores llevaron al fracaso a intentos de igual significado. Los esfuerzos que electoralmente, y en torno a la Presidencia de la República, desplegaron amplios sectores del pueblo tuvieron lugar en 1982, en 1888, en 1994, en 2000, en 2006 y en 2012. Deben valorarse como esfuerzos de enorme trascendencia, en los que brilló el entusiasmo y el dinamismo de millones de ciudadanos mexicanos. Estos esfuerzos dejaron lecciones importantes para la lucha política para el derrocamiento de la burguesía hegemónica. Pero no lograron derrotar al priismo y, por el contrario, se acompañaron de incertidumbres y de un debilitamiento de la confianza en la propia capacidad popular de victoria. Cada vez más, el fantasma del fraude no sólo ha comenzado a rondar en general en la política mexicana actual; se ha asentado en el imaginario colectivo del pueblo mexicano. No existe la necesaria certeza de triunfo irreversible, convencimiento necesario para que un pueblo pueda lanzarse a fondo a establecer una voluntad de victoria.
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Al proceso del dieciocho, la resistencia político-electoral llega, una vez más, con la carencia básica que impidió que los triunfos populares electorales (1988, 2006 y 2012), desde el punto de vista del número de votos, se materializaran en una victoria electoral popular y que la votación mayoritaria de los candidatos democráticos se tradujera en el arribo a la conducción estatal de la oposición democrática, y se pusiera en práctica el plan de gobierno democrático.
La carencia básica que impidió la victoria electoral consistió en que la resistencia político-electoral se mantuvo en los márgenes de una típica resistencia, no arribó al nivel de una lucha revolucionaria pues no logró sostenerse en una fuerza del pueblo que ideológica, política y organizativamente superara a la fortaleza ideológica, política y organizativa de la casta dominante y gobernante. Los seis intentos mostraron que mientras la acción electoral popular no cuente con dicha fuerza, el fraude se impondrá una y otra vez. Esa fuerza proletario-popular no reside en la sola subjetividad, la cual es imprescindible; no basta una dirección que goza de la confianza de la oposición electoral democrática; no basta la organización político-electoral. Es más, no basta la fortaleza propia y exclusiva de la oposición democrática electoral. Evidentemente, aquellos esfuerzos históricos también pusieron en claro que sin la resistencia político-electoral convertida en lucha revolucionaria tampoco se logrará la emancipación política-estatal del pueblo mexicano. Pero evidenciaron que la lucha electoral popular por sí sola tampoco puede alcanzar aquella emancipación. La fuerza popular debe forjarse como la articulación del conjunto de los destacamentos opositores al Régimen, de todos los que desde sus problemáticas particulares resisten los ataques del gobierno y del empresariado. Pero este nivel de resistencia debe pasar al peldaño de lucha revolucionaria.
La articulación como el corazón de la lucha revolucionaria que se despliega con la superación del nivel de resistencia, no es sólo ni fundamentalmente numérica sino cualitativa; debe fundarse en una coincidencia programática, política y de ruta o vía de la erradicación de las relaciones políticas burguesas predominantes, en primer lugar, de los diversos destacamentos que desde distintos espacios del conflicto pueblo-burguesía hegemónica, vienen resistiendo. No hay atajos en esta historia. O se opera con dicha fuerza o la derrota es inevitable, lo cual no significa que cada esfuerzo no deje terreno abonado para acumular y terminar de edificar esa fuerza. O se construye la articulación o todos los esfuerzos, por más masivos y heroicos que sean, acabarán en lamentaciones.
¿Con qué se va a enfrentar el seguro fraude en el 18? Si bien no puede decirse que existe una total orfandad, es preciso reconocer que lo básico hace falta.
De nuevo, como lo demuestran las experiencias históricas de Bolivia, Brasil y otros países, lo prioritario es concentrarse y priorizar en la construcción de la fuerza proletario-popular. Esa es la tarea central que deberá guiar la actividad fundamental en este proceso electoral presidencial. Y esto implica que desde todas las resistencias se contribuya y se abone a esta tarea, que no es exclusiva ni solo prioritaria para la oposición electoral democrática. Ninguna resistencia popular podrá alcanzar siquiera sus objetivos sectoriales por sí sola, aunque tampoco se construirá el objetivo universal de la liberación social y el bienestar propio a una vida auténticamente humana, si una de las resistencias se ausenta de la acción del cambio de las actuales relaciones y estructuras de poder en México.
La fuerza proletario-popular es la articulación del conjunto de los riachuelos que hoy oponen resistencia, conformándose en un río popular cuyo caudal arrolle al Poder que se sostiene porque sigue operando con una correlación de fuerzas favorable.
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El reconocimiento de que todavía no se ha construido la garantía (la fuerza proletario-popular) para que el fraude sea enfrentado con posibilidades reales de ser remontado no debe llevar a la conclusión de que no debe participarse en este proceso específico. Al contrario, ello obliga a redoblar la participación. Pero, ¿con qué tareas? ¿Con qué propuestas?
La tarea central, naturalmente, consiste en construir la articulación de los destacamentos opositores al Régimen político prevaleciente, es decir, construir la fuerza proletario-popular. En el ámbito específico político-electoral, esta tarea debe estar en la base de la actividad presente hasta que se cierre el proceso; y en caso de que de nuevo se imponga el fraude, deberá comandar el subsiguiente trabajo revolucionario en este espacio de la conflictividad política.
Para impulsar esta tarea central, en primer orden deberá ponerse especial atención a la agitación y la propaganda que aclare la importancia de esta actividad, la trascendencia de la acción revolucionaria en este espacio; combatir a todas las posturas que siguen sosteniendo un abstencionismo electoral y contra aquellos que incluso consideran que la acción político-electoral hoy no sólo no puede ser revolucionaria sino incluso es ya contra-revolucionaria. Aquí es preciso ubicar el lugar de la acción popular político-electoral en la vía de la revolución necesaria y posible en el México de hoy, así como la caracterización precisa de la actual resistencia político-electoral, de su principal instrumento (Morena) y la especificidad de la dirección político-ideológica de esta resistencia (liberalismo democrático, reformador, pequeñoburgués, sostenido básicamente por Andrés Manuel López Obrador).
En segundo lugar, deberá explicarse pacientemente lo relativo a la garantía para que un eventual triunfo en la votación en favor del candidato democrático pueda coronarse con una victoria popular en el sentido de que el ganador por el campo democrático ocupe la Presidencia y ejerza su plan de gobierno democrático. Esto implica difundir en extensión y profundidad nuestra concepción sobre la articulación y las medidas para construirla.
En tercer lugar, impulsar en el trabajo revolucionario en esta jornada político-electoral la agitación y la propaganda sobre las prácticas de autodeterminación (el asambleísmo, etc.) con la población en general y en particular con los ciudadanos con los que se esté en relaciones políticas.
En cuarto lugar, en la propaganda y la agitación aclarar: a) que el enemigo a vencer es el grupo de políticos que están encargados de la atención del Estado burgués neoliberal, y el empresariado mexicano gran burgués transnacional (los 16 multibillonarios y los 400 multimillonarios).
En quinto lugar, desplegar jornadas sostenidas de denuncias políticas, explicando que el gobierno y el empresariado que lo sostiene son incapaces de atender y resolver las necesidades fundamentales de la población; que el gobierno y su grupo no tienen interés en la vida de la población, pues se ocupan solamente de su enriquecimiento faraónico. Que el pueblo mexicano ya no puede seguir encomendando su suerte al gobierno, a las políticas públicas de éste, a las acciones de los empresarios; que es la hora de oponerse a fondo a este grupúsculo y cambiar de tipo de gobierno. Explicar el abismo que separa los intereses populares y los de la casta dominante. Difundir ampliamente todos los hechos que pintan de cuerpo entero a esta casta: sus fabulosas riquezas, su entreguismo a los ricos transnacionales, sus actos de corrupción, sus ligas con los delitos de lesa humanidad, con el feminicidio, la pederastia, la tortura, las desapariciones forzadas, el asesinato de periodistas, la criminalización de toda oposición al Régimen. Dar nombres, detalles de sus acciones opresoras y explotadoras.
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En la construcción de la fuerza proletario-popular debe desplegarse la lucha político-ideológica por la hegemonía direccional de la resistencia electoral, lo cual básicamente depende de la claridad y la oportunidad de las orientaciones, de las explicaciones, más pertinentes y efectivas en todo el proceso de construcción revolucionaria. En esto, los revolucionarios de autodeterminación somos tan pequeños que no se nos advierte en la actual confrontación. Los destacamentos en rebeldía, sin embargo, acabarán por identificarnos si ante cada episodio del proceso, ante cada dificultad y derrota, está presente nuestra voz y nuestra acción de las que emanen las orientaciones que más clarifiquen el camino a seguir. Tarde o temprano el pueblo rebelde acaba por reconocer la orientación más confiable, por certera, oportuna y persistente. La lucha por la hegemonía no puede basarse en descalificaciones a todos aquellos contra los que se pelea la hegemonía; debe consistir en la justeza y oportunidad de las consideraciones y propuestas.
De igual manera, en este esfuerzo de construcción debe ponerse especial atención a la formación y fortalecimiento de los núcleos de dirigentes de pueblo, cabe decir, levantar las estructuras organizativas propias en la figura de las ORM.
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Lo que ocurre hoy en las otras resistencias del pueblo mexicano está presente en la principal resistencia político-electoral. Esta resistencia tiene la forma de un movimiento democrático-reformador; no es un movimiento electoral revolucionario anti-sistémico. En consecuencia, se dinamiza a través de un tipo organizacional institucional, constitucionalista, legalista, que pone el acento en los supuestos defectos en el funcionamiento capitalista del Estado, específicamente en los momentos morales de la actividad gubernamental. No sostiene una perspectiva integral de solidaridad combativa con las otros movimientos populares; se concibe si no la única sí la resistencia superior a la que deben subordinarse los demás. Tal es el movimiento morenista y el mismo partido Morena. Su dirección ideológica-política es liberal-demócrata (corriente específica del liberalismo, lo cual no quiere decir que se utilicen métodos democráticos de actuación), reformadora y pequeño-burguesa; no impulsa ni fomenta prácticas que afiancen el protagonismo de los militantes y adherentes, el despliegue de la iniciativa de la base, la fortaleza autonomista y democrática. Amplios sectores populares, dentro y fuera de Morena, que de una u otra manera se orientan por los puntos de vista, dijéramos, lopezobradoristas y morenistas, no están afianzando su potencia de sujetos titulares de la transformación necesaria y posible, no están fogueándose como combatientes por el cambio, sino para promover el voto, cuidar las casillas y en el seguidismo a las órdenes del dirigente. No obstante las experiencias sufridas, los morenistas no han sido preparados ni lo están siendo para enfrentar combativamente el fraude, no saben cómo hacerlo y carecen de las relaciones (el fogueo, la experiencia; los contactos) y las estructuras suficientes para alzarse como fuerza combatiente frente a las acciones avasalladoras con las que siempre opera el priismo-panismo y demás actores de la continuidad. Pero tienen el deseo de saber hacerlo y de poder hacerlo; ya no quieren otro 88, otro 2006 ni otro 2012, en los que de hecho el ímpetu rebelde de protesta radical fue mediatizado, en lugar de coadyuvarse a que el pueblo votante hiciera sus pininos en la confrontación callejera.
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Otros problemas no menos significativos deben clarificarse como parte de la actividad revolucionaria en este lapso político-electoral.
- Si el objetivo fundamental de todos los esfuerzos populares es cambiar la vida que hoy se lleva de explotación y de opresiones, quiere decir que llevar a una persona y a un grupo de personas a la Presidencia de la República no es más que un medio para avanzar hacia aquel objetivo. Aunque parezca menor, esta precisión es importante pues hay indicios de que el medio ha sido convertido en el fin. La consecuencia más grave es que las prácticas con las que se busca "ganar" no parten de que son las bases populares las que deben constituirse en el sujeto transformador básico, y no el dirigente-caudillo. Se individualiza la perspectiva en demérito de la clarificación precisa de la relación entre lo que se quiere con cómo se quiere, con qué métodos y prácticas se construye. No sólo no hay la conciencia de que se carece de la fuerza necesaria para enfrentar y derrotar al fraude, lo cual es grave pues así sólo la fe sostiene la seguridad en, ahora sí, "ganar". Lo peor es que, no obstante las múltiples evidencias de las acciones autoritarias, antidemocráticas, de AMLO, y no obstante que esto es ya sentido común en las filas morenistas y el descontento o el enojo ante muchos episodios propios a esas prácticas corre a lo largo y ancho de la institución, la base no se atreve y no sabe reaccionar activamente contra estos fenómenos y prefiere "hacerse de la vista gorda" ante ello. Es decir, se está labrando un futuro escasamente emancipador y liberador.
- En el dieciocho, una vez más el zapatismo se erige en una alternativa distinta y excluyente a la resistencia jefaturada por Andrés Manuel López Obrador. No nos interesa aquí discutir sobre la pertinencia y la prerrogativa del zapatismo para repetir su acción iniciada con la llamada Otra campaña, aunque ahora con el paso dado hacia la adopción de una posición que rompe con lo que el EZLN había convertido casi en un principio: negar la pertinencia de luchar también por arriba, no debe olvidarse el sentido con el que se armó aquella "otra campaña". Desde la primera reunión para lanzar esa "otra", el Sub comandante Marcos declaró que iba a hacer pedacitos a López Obrador. Ahora ellos han tomado la decisión de luchar también "por arriba"; esperemos entonces que, cuando menos, ya no sea estigmatizado quien se incluya en la resistencia político-electoral. Dijéramos que ya el Sub alzó la veda. Queremos, eso sí, fijar posición sobre el significado de las candidaturas de López Obrador y la de la compañera María de Jesús Patricio, Marichuy.
La candidatura de la compañera María de Jesús Patricio es una candidatura en el terreno de la denuncia política; segundo, sostiene el propósito explícito de difundir un proyecto socio-político; tercero, se propone fortalecer a una organización (el EZLN y el CNI); y cuarto, opera con una proyección sectorial-corporativa, prioritariamente desde la perspectiva indígena. Se trata, pues, de una campaña que se mantiene en el terreno ya superado por la resistencia hoy identificada como morenista, es decir, carece claramente de una perspectiva universal y, sobre todo, no se basa en un espíritu de triunfo sino de divulgación, de organización y de reclutamiento. La misma Marichuy ha declarado que no van a ganar y ha definido aquellas prioridades. Hemos dicho que el movimiento morenista también carece de plenas condiciones para lograr derrotar al fraude, pero eso no significa que la oposición democrática electoral no deba sostener una voluntad de triunfo, un ánimo de trabajar a todo vapor para conseguir la derrota del adversario de clase. Esta determinación de triunfo, este espíritu de ganar es básico para el avance en la construcción de la fuerza proletario-popular. El tiempo de la sola difusión del proyecto y del crecimiento propio ya se cruzó desde 1982 hacia atrás. Hoy es el tiempo de las acciones preñadas de ánimo de triunfo; hay que difundir y propagandizar no un proyecto como acto central; hay que difundir y propagar la certeza de que se actúa para ganar, y que los tiempos encierran la viabilidad de ganar, y que hay que introyectar esa certeza.
La campaña indígena se nos aparece así como más limitada, más sectorializada y corporativizada, menos universal, infundidora de ánimos en el pueblo que están por debajo de las expectativas con las que amplios sectores de la oposición electoral se lanzan al despliegue de otro esfuerzo político-electoral. Con todas sus carencias y debilidades, la campaña morenista además de su carácter más integral y universal, es la mayor tutelar de un importante cúmulo de experiencia en estas lides, con mayor estructura electoral y, sobre todo, más imbuida del empuje hacia la derrota del adversario en el espacio político-electoral.
No es despreciable la idea que campea en muchos círculos políticos de base popular en el sentido de que la campaña de la compañera Marichuy, como la de todas las candidaturas "independientes", objetivamente no fortalece a la resistencia político-electoral democrática; introduce confusión y no abona en favor de una labor para avanzar en la viabilidad de que se infrinja una derrota a la burguesía hegemónica. - Reconociendo la falta de la garantía para que la candidatura democrática se imponga al fraude, no puede concluirse, primero, que este tiempo de aquí al día de la votación, no pueda lograrse que la articulación mínima se consiga, es decir, que la fuerza proletario-popular se edifique. Con todo lo inseguro que es esa posibilidad, no cabe negarla en absoluto, sino trabajar arduamente por alcanzarla. No se puede entrar a una lid electoral como la actual, en la que hay muchas condiciones objetivas y subjetivas para que el fraude encuentre una oposición fuerte, masificada y con ánimos de no dejarse birlar un triunfo en la votación, con la definición desde ya de que la derrota es absolutamente segura. La espontaneidad popular es eso, no programada, no prevista de antemano; es impredecible. Grandes movimientos populares han surgido de situaciones inesperadas. No hay que olvidar los "imponderables" de los que hablaba el Che. Nadie, naturalmente, puede atenerse a los accidentes históricos de esa naturaleza. Hay que trabajar para remontar las faltas, las ausencias y las debilidades. Así se coadyuvará mejor a la construcción de la fuerza. Hay que clamar por el triunfo en el 18 señalando las garantías para lograrlo, las ausencias y cómo trabajar para remediarlas.
- La construcción de la fuerza proletario-popular como la construcción de la garantía y la condición sine qua non para derrocar a la burguesía hegemónica, no sólo no tiene como fuente principal a la resistencia político-electoral democrática. La fuente básica está en las resistencias extra-institucionales (la comunitarista-contra los proyectos muerte-en defensa del territorio; la reivindicativo-sectorial-por el mejoramiento de las condiciones de vida y de trabajo; la resistencia de nuevo tipo que se simboliza con el nombre Ayotzinapa; una combinación de ellas). Éstas provocan más unidad, más solidaridad, más sentimientos favorables en amplios sectores populares. En cambio, la acción político-electoral está cruzada por la desconfianza, en ella son más evidentes y sonados fenómenos que repugnan a la población, y se materializa ahí donde las reglas del juego político burgués son más difíciles de superar y donde el campo de lucha no es puesto con facilidad por los propios contendientes democráticos. Esto implica y significa que el desenlace definitivo en el dieciocho dependerá en mucho de que las resistencias extra-institucionales superen su anti-electoralismo, y se decidan con hechos a andar el camino de la ayuda a que la resistencia político-electoral consiga avances importantes y definitivos; obliga a que los destacamentos que despliegan su acción en las resistencias extra-institucionales superen su particularismo, su regionalismo, su parcialidad y asuman una visión de conjunto de los problemas del cambio que es requerido para satisfacer las demandas parciales. No está por demás recordar aquí como un dato que Lenin decía que el interés social estaba por encima del interés de clase. Aquí se encuentra la tarea más ardua, la más dificultosa, pues si la resistencia político-electoral adolece de las deficiencias anotadas, las resistencias extra-institucionales no están mejor. Lo primero que hay que exigir ante esto, es que las dirigencias formales y reales de esas resistencias abran los oídos para escuchar lo que las bases quieren y se disponen a hacer, muchas veces al margen de lo que esas dirigencias determinen. Eso ha ocurrido en el pasado, y hoy no tiene porqué no ocurrir. Lo segundo es ampliar la propaganda explicativa hacia las bases y también hacia esas direcciones, lograr que a sus mesas lleguen las argumentaciones en favor de la articulación, la cual tiene en el 18 una gran oportunidad; no la única ni menos la última; pero una gran oportunidad. Hay que buscar formas para que la voz que clama por la articulación llegue a las bases y a las direcciones.
- ¿Debemos pues llamar clara y contundentemente a votar por Andrés López Obrador? Una organización como Rumbo Proletario, que tiene como historia y como fundamento un anti-estatismo radical, ¿debe hoy convocar a no abstenerse de participar en la votación y otorgar el voto en favor del candidato de la oposición democrática? La respuesta desde una lógica formal es sí, debemos pronunciarnos claramente por votar en favor de López Obrador. Esta respuesta lógico-formal se apoyaría en las siguientes premisas, que, de asumirse, deberán hacerse públicas oportuna y claramente: para RP está claro el carácter del programa, de la política y la ideología lopezobradorista; decir cuál es ese carácter y precisar que no es ese nuestro programa, que no son nuestras esa política ni esa ideología. Pero el movimiento posible y necesario del choque en la contradicción principal hoy (la que existe entre el desarrollo de las fuerzas productivas, estancadas y con escasas posibilidades de liberarse si no es superando las relaciones sociales de producción de la vida en México, relaciones que pueden calificarse como priistas, es decir, signadas por un ejercicio específico del Poder político que es el que opera como retranca para la liberación de las fuerzas productivas), es el choque entre la burguesía que hemos llamada hegemónica, priista por su ejercicio de dominio, control y mando, y el pueblo mexicano en su conjunto. Segundo, que para Rumbo lo importante es hacer avanzar la articulación de la oposición al Régimen, avanzar en la construcción de la fuerza proletario-popular; que el pueblo tiene que saber que su máximo triunfo será derrocar al grupo gubernamental hegemónico, abriendo así el camino para la siguiente etapa de la lucha por el establecimiento de sus intereses sociales y de clase. Es ese el camino que el pueblo mexicano ha ido labrando con su secular batalla contra el priismo y todos sus epifenómenos históricos. Con esa acción electoral liberal democrática, sectores importantes del pueblo mexicano se dan la posibilidad de abrir una rendija por la que podrían desencadenarse acciones populares de gran calado con perspectiva de lucha revolucionaria. Si AMLO logra, como en el 2006, una votación por encima de la que alcance la candidatura de la burguesía hegemónica, se formaría una situación con altas posibilidades de radicalización de la confrontación y de articulación efectiva de varios movimientos de oposición al Régimen. Evidentemente, este momento no es un momento proletario desde el punto de vista social-político; es pequeño-burgués. Hay que decirlo claramente; no llamar a engaño a nadie con calificativos que no corresponden. Ahora bien, desde la lógica que funda nuestra visión y nuestra perspectiva de trabajo revolucionario, que en este caso se expresaría así: si el carácter de la actual pelea político-electoral es pequeño-burguesa, la dirección no necesariamente tiene que recaer en fuerzas pequeño-burguesas sino en posturas comunitaristas-libertarias, de autodeterminación. Pero esa posibilidad no existe y no puede construirse en el tiempo de esta pelea político-electoral. En consecuencia, Rumbo Proletario no puede embarcarse en una odisea pequeñoburguesa, aunque tenga amplia composición popular; si llamamos a votar por AMLO no estaríamos fortaleciendo la perspectiva proletario-popular. Es decir, no debemos llamar a votar por López Obrador.
Ante esta disyuntiva, ¿qué hacer?
- Explicar nuestra caracterización de la coyuntura, cuyas bases se exponen en este escrito;
- Llamar a fortalecer la resistencia político-electoral, pero como organización revolucionaria no comprometer nuestra posición en favor de una perspectiva no proletario-popular.
- Aplicar aquí, una vez más, una táctica diferenciada, esto es, si algún militante rumbero que actúa en Morena decide, como afiliado a esa organización, hacer trabajo convocando a votar por AMLO, aceptar la pertinencia particular, aunque la posición básica sería no comprometer el voto por nadie.
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Ante la eventualidad de que Andrés Manuel López Obrador pueda llagar a la Presidencia de la República, se ha dicho que nada cambiaría, que hasta podría ser peor pues se vendría un nuevo tipo de enajenación del pueblo. Tal posición es inaceptable. Primeramente, porque si AMLO logra ocupar la jefatura del Estado será porque un movimiento popular muy fuerte se desplegó para conseguirlo. Nunca sería por una dádiva del enemigo. Y si hay un movimiento de tal envergadura querría decir que ese movimiento se dio por una articulación de la que hemos estado hablando; querría decir, entonces, que la fuerza de ese movimiento tendría la condición para determinar el rumbo ulterior de la lucha. Una situación así implicaría el despliegue de un considerable protagonismo popular, tal que el terreno para la construcción de un sujeto revolucionaria estaría altamente abonado pues el sujeto que impondría la deposición del actual grupo gobernante sería la potencia viva del sujeto revolucionario.
8 de noviembre de 2017.
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