AYOTZINAPA, EL DESGASTE HISTORICO DEL REGIMEN. ¿QUÉ HACER?
¡Sí, demandamos que se fuera el
priista-perredista Ángel Aguirre pero exigimos también que se vaya el jefe del
gobierno federal y que se vayan todos los que sostienen y viven del sistema de
explotación y de opresión!
El gobernador priista-perredista
no ha renunciado a su cargo; el pueblo lo ha echado como un delincuente que
merece un ejemplar escarmiento. Y no ha sido el PRD el que resolvió su dimisión
pues este partido, siguiendo la táctica adoptada por el Poder priista, sólo ha jugado
su papel en la farsa priista-panista-perredista que está poniendo en acto el
Poder de los multibillonarios, maniobrando para facilitar la mediatización de
la resistencia popular, artimaña que se escenifica desde las alturas del
Régimen. Igual ocurre y ocurrirá con la detención de los otros “acusados” por
el Estado de ser los “autores intelectuales” del terrorismo contra los
compañeros normalistas.
La defenestración, enjuiciamiento
y castigo a estos delincuentes menores llevados a cabo por el mismo Régimen no
es la solución que el pueblo exige; serán, más bien, una tapadera
priista-panista-perredista para evitar la solución verdadera y radical que el pueblo
exige y que los asesinados y desaparecidos merecen. El sacrificio de estos chivos expiatorios, que procedieron
desde sus puestos menores de igual forma a como proceden los mandantes mayores,
no sólo no salda la deuda contraída por el grupo hegemónico con todos sus actos de represión
económica, política y de todo tipo contra el pueblo, sino que opera y operará
como la forma de amansar la ira popular. La vieja táctica priista de mediatizar
las irrupciones populares, presentándose como que no son ellos los culpables
verdaderos y haciendo como que “atienden” las demandas y las “resuelven” está
en su inicial despliegue. Peña Nieto juega su papel, los partidos el suyo, los
periodistas e intelectuales del Poder, los altos jerarcas pederastas de la
Iglesia católica y los representantes del gran empresariado están lanzados para
que la farsa amaestradora y domesticadora vuelva a surtir efecto.
¡Que se vayan todos!, y ¡Vivos
se los llevaron, vivos los queremos! es y debe seguir siendo el grito de
batalla y el principal reclamo de miles de ciudadanas y ciudadanos que con sus
acciones lancen un rechazo total a la cara de la casta de multibillonarios que
se han abrogado la conducción de la sociedad mexicana, y no se detengan esta
vez hasta no ver en el basurero de la historia a estos gobernantes.
Una exigencia que esté por debajo
del reclamo de que se vayan todos y de que nos regresen
vivos a los compañeros normalistas desaparecidos de manera forzada, no estaría
a la altura del ultraje que, una vez más, ha propinado la burguesía hegemónica
al pueblo mexicano. Sería fallar a la memoria de todos los muertos y
desaparecidos por este régimen; sería volver a confiar en los asesinos, sería
dudar de que como pueblo somos capaces de superar esta vida de humillaciones y
desgracias. Sería retrasar, una vez más, la hora de nuestra liberación.
Sólo esta consigna, que sugiere
una tarea central y unas formas de lucha centrales, está hoy a la altura del
agravio que la burguesía hegemónica ha vuelto a imponer a nuestro pueblo. A un
crimen de lesa humanidad, a un acto de terrorismo de sistema, que busca
aniquilar a la juventud de vanguardia como sector político específico del
pueblo mexicano, que se propone, fría y calculadamente, refundir en el miedo y
la mansedumbre a una juventud indómita y a un pueblo que expresa deseos de ya
no seguir viviendo como hasta ahora, no se le puede contestar con una determinación
menor.
No se puede ni se debe pedir
justicia al autor del genocidio y del terror de sistema. La justicia está en
las manos del pueblo, y ésta es política,
es decir, la renuncia de Enrique Peña Nieto y todo su gabinete.
Lo único que puede saldar la
cuenta que la casta de multibillonarios y los gobiernos
priista-panista-perredistas históricamente han contraído con la patria mexicana
es su deposición de la conducción de los destinos del pueblo de México.
Lo único que regresará con vida a
nuestros muchachos, aun cuando ya hubieran sido victimados por la máquina
asesina de Peña Nieto (que tal fue, a no dudarlo, el empeño estatal, para
imponer una intimidación general) es su conversión en estandarte de una pelea a
fondo y sin cuartel por arrojar al basurero de la historia a aquella casta ávida
de Poder e insaciable de riqueza, y a estas autoridades estatales dóciles ante
los ricos de fuera e insolentes y brutales ante los pobres. Lo único que puede
regresar el rostro al chilango es que
su cara brille y su sonrisa ilumine desde unas banderas de combate que pidan ¡que se vayan todos!
La justicia, que para nosotros no
es la justicia burguesa (que desde Ulpiano se define como “dar a cada quien lo
que merece”) sino la justicia popular (que, desde Jesucristo el rebelde que
arrojó a patadas a los mercaderes, es reconocer y servir para que cada quien
tenga lo que él o ella decidan necesitar) no está en las manos ensangrentadas
de los eternamente represores; no está en los que golpearon en Acteal, en Aguas
Blancas, en Atenco, en manos de los que han asesinado a ecologistas, a
defensores de los derechos humanos, a periodistas que dicen la verdad, que
golpean y asesinan a homosexuales, que propician el feminicidio, la pederastia,
las narco-limosnas, la salida de mexicanos al extranjero a conseguir un trabajo
que aquí se les niega, que abren las puertas de las fronteras a los ricos del
mundo para que esquilmen a los trabajadores y se roben las riquezas mexicanas,
en manos de los que asedian permanentemente a los municipios zapatistas, a los
que mantienen en prisión a luchadores del pueblo, de los que han impuesto un
salario de miseria. No se puede ser fiel a la memoria de los caídos guardando
un mínimo de confianza en los que viven de la dictadura perfecta.
El reloj de la historia vuelve a
llamar a rebato. Lo hace una vez más, y hoy estamos obligados a oír ese llamado
al levantamiento popular civil pacífico (LPCP) que debe irse construyendo desde
las pequeñas acciones de insumisión hasta medianas y grandes irrupciones
populares pacíficas por todo el territorio patrio. El llamamiento ya se había
oído con aquel grito de combate que lanzaron los estudiantes del movimiento de
1968: “Los estudiantes estamos hartos, estamos cansados de este clima de
opresión” (Manifiesto del 4 de agosto de 1968). El llamado vuelve a escucharse
hoy con cada mitin, con cada marcha o manifestación, con cada lágrima que una
madre derrama ante la desaparición o el asesinato de su hijo, con cada protesta
que incluye el rechazo a la sistemática violación a los derechos humanos y ante
la recurrente vulneración de los históricos preceptos constitucionales que
desde 1917 plasmaron –a contrapelo de lo que querían los primeros
priistas-panistas-perredistas: los Carranza y Plutarco Elías Calles-- los anhelos de los pueblos floresmagonistas,
villistas y zapatistas, que hoy nos dan nuestro ideario rebelde y combativo.
Una voluntad histórica de cambio
sigue campeando por todo el territorio patrio; escondida a veces en el sufrido
enojo de los obreros, abierta y manifiesta, otras veces, en los que se levantan
en defensa del territorio que se les arrebata con los proyectos de muerte que impulsa el Imperio con la entreguista
participación del Estado mexicano. Es la voluntad que millones de votantes
expresaron en las últimas elecciones presidenciales. Es la voluntad de los
politécnicos que, como en 1968, vuelven a levantar su voz en acciones que
rechazan a uno más de los proyectos represores peñanietistas.
Esta expresa voluntad de cambio
es la más genuina constatación de que el régimen de realización concreta del
Poder del capital en México está en una aguda situación de crisis. Es una prueba
del desgaste histórico de este Régimen. El incipiente pero importante despliegue
de la energía popular que sigue vivo, que poco a poco se expande por algunos
estados de la República, que ha conmovido incluso a instituciones y a
personalidades no proclives a la movilización es el despliegue de una
percepción auténtica y profunda, de un sentimiento que puede actuar como un
aglutinante y un cohesionador, que no debe dejarse pasar, que debe concebirse
claramente, consolidarse, fortalecerse y
desarrollarse. Se trata de un débil pero real estado de ánimo popular de que la
sociedad burguesa comandada por el grupo de multibillonarios, conducida por el
priismo-panismo-perredismo estratégico ha
agotado su mandato mítico histórico. ¿Quién en su sano juicio cree hoy en
la justicia mexicana? ¿Quién cree que los funcionarios son honestos? ¿Quién
cree en las buenas intenciones de los partidos del Régimen? Esta sensación y
esta convicción de que se vive en la ilegitimidad, en el despotismo, en la
arbitrariedad, que la justicia “mexicana” es una mentira, constituye el
espíritu que impregna a buena parte de la
nueva generación de jóvenes que, ante el crimen del Estado de Peña Nieto,
profundizan su radicalidad y dan embrionarias pruebas de que no quieren parar
su rebeldía hasta no ver depuesto al grupo gobernante.
¿Qué hacer, entonces, ante esta
renovada confrontación entre el pueblo harto de la barbarie
priista-panista-perredista y la casta de multibillonarios y su Estado-disctadura perfecta?
El Colectivo de Reflexión en la
Acción Rumbo Proletario asume su
responsabilidad ante esta nueva irrupción de resistencia y lucha. Ahí donde
haya un militante de RP éste
contribuirá con sus ideas y sus acciones en el qué hacer, poniendo por delante su activa participación, pues somos
pueblo.
Primero, insistiendo en que de
ninguna manera se confíe en Peña Nieto, su gobierno y sus intelectuales,
comunicadores y periodistas. Haciendo claridad de que la añeja experiencia
manipuladora priista una vez más se pondrá en acción maniobrando y reprimiendo,
aparentando concesiones, moviendo a los eternos colaboradores del Régimen para
desarticular al movimiento y conseguir apagar esta llama de rebeldía que quiere
crecer. La solución está en manos del pueblo, en su invariable decisión de,
esta vez, ir creciendo y no parar hasta ver depuesto al mal gobierno. Ayudar a definir claramente el proceso en ruta hacia
la demanda de que se vayan todos.
Segundo, no perder la confianza
en sí mismos como patriotas que resisten y luchan por causas justas; no oír las
acusaciones que desde la gran prensa y por todos los medios se nos lanzarán de
que somos violentos, destructores, vándalos y los epítetos que siempre ha usado
el régimen para conmover a las almas débiles y “piadosas” y, sobre todo, para
justificar sus represalias.
Tercero, sostener y acrecentar la
movilización y mantenerla en los marcos de la no-violencia, planificando muy
bien las acciones a realizar. No es con sangre, no es con bombas, no es con
armas de fuego y menos con terrorismo como el pueblo busca y logrará
satisfacción a sus demandas históricas. Las bombas y el terror vienen del
Régimen, los violentos son los gobernantes priistas-panistas-perredistas. Es
con el despliegue de su ímpetu energético no-violento, con el ejercicio de su
fuerza de masas, de su firme determinación de no ceder ni bajar la
combatividad, es con la articulación de los millones de patriotas que hemos
dicho basta, como habremos de triunfar. Buscar lo más pronto posible, la mayor
centralización de las resistencias: operar en forma de brigadas para llegar a
las más amplias capas del pueblo, concentrar los esfuerzos en acciones grandes
que se realicen con la mayor simultaneidad posible (tomas de los zócalos,
cierres de carreteras principales, manifestaciones y marchas simultáneas, etc.).
Cuarto, formular claramente la
única demanda que será la traducción de los reclamos puntuales que salen de
Ayotzinapa: ¡Renuncia de Peña Nieto y de
todo su gabinete!
Quinto, ayudar lo más posible a los
normalistas rurales en general y a los compañeros de Ayotzinapa en particular
para que cuenten con condiciones (víveres, algo de dinero para que viajen) de
movilizarse, como ha sido su decisión, al frente de este movimiento.
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