AYOTZINAPA, CRIMEN DE
SISTEMA Y REVOLUCION
El asesinato de los entrañables
estudiantes normalistas de Ayotzinapa y
de la veintena de jóvenes en Tlatlaya es un eslabón más de la histórica cadena
de sacrificios al Poder que de manera recurrente lleva a cabo la burguesía
mexicana. No estamos ante un hecho aislado ni ante asesinos diferentes. Las
víctimas y los victimarios son los mismos desde que se conformó el Poder
priista; con nombres distintos y con apariencias diferentes, con rostros y
sonrisas cambiadas pero históricamente y en el fondo son los mismos. Del
asesinato de los floresmagonistas, de
Francisco Villa y sus compañeros, del general Emiliano Zapata y sus
combatientes son miles los jóvenes revolucionarios, opositores al régimen o
activistas políticos que han caído bajo las mismas balas criminales. Los
asesinos se han llamado Porfirio Díaz, Francisco I. Madero, Victoriano Huerta, Venustiano
Carranza, Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles, Díaz Ordaz, Luis Echeverría,
Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo, Vicente Fox y hoy Enrique Peña
Nieto. Naturalmente, con todos sus funcionarios de altura.
Los motivos o los pretextos han variado, la
mano que físicamente jaló el gatillo o blandió el garrote ha cambiado pero, en
el fondo, se ha tratado, como hoy, de que la misma máquina represora del Poder de
los multimillonarios y de su personal político y cultural (hoy de índole priista-panista-perredista),
como un monstruo lebiatánico ha vuelto a actuar. Otra vez se ha erguido en un mátalos en caliente que vuelve cuando la
barcaza capitalista hace olas o cuando de prevenir conflictos mayores se trata,
operando para eliminar a opositores, a revolucionarios ya formados o a jóvenes
que han comenzado a andar la senda de la lucha revolucionaria, o que
simplemente han cometido el que para los priistas es el pecado original de ser
joven.
Se trata de un crimen de Estado, no hay duda. Pero decir esto
es quedarse con una parte de la verdad, y la menos sustancial.
Este sacrificio al Poder de los jóvenes normalistas,
que habían abrazado la convicción de luchar por cambiar la vida que hoy se le
impone al pueblo mexicano, que a su manera resistían agravios, humillaciones y
una opresión específica capitalista es, sobre todo y en lo fundamental, un crimen de sistema. Es el sistema
capitalista, es el Poder del capital que se realiza a la mexicana, una manera
hoy priista-panista-perredista, el que segó la vida de los jóvenes de Ayotzinapa.
Es el sistema priista-panista-perredista que vive asesinando la soberanía
nacional, es el sistema que se oxigena matando el legado histórico construido
por el pueblo mexicano, que se sostiene hipotecando los recursos del suelo, del
subsuelo, del aire, de todo el país a los capitales transnacionales, es el
sistema que se reproduce aprobando leyes que “legalizan” el entreguismo, la
subordinación, el vasallaje al capital extranjero, que hoy ataca al Politécnico
como ayer y siempre ha atacado a la educación que le parece “fuera del orden”.
Es el sistema que mantiene los mayores índices de pobreza, de desempleo, de
represión; es el sistema que procrea ninis
y prostituye la conciencia popular. Es el sistema de los Carlos Slim (que
gana 2 millones 700 mil dólares por minuto), de los Jerónimo Arango, de los
Alberto Bailleres, de los Ricardo Salinas Pliego, de los Lorenzo Zambrano, de
los Roberto Hernández, de los Ma. Asunción Aramburuzabala, de los Alfredo Harp
Helú, de los Isaac Saba Raffoul, de los Emilio Azcárraga Jean, de los Salinas
de Gortari, de los Manlio Fabio Beltrones, de los Emilio Gamboa Patrón, de los
Hank Rhon, de los Peralta, de los Moreira, de las Beatriz Paredes y Ma. De los
Ángeles Moreno, de las Josefina Vázquez Mota, de las Ma. Elena Barrera, de las
Ivonne A. Ortega Pacheco, de las Elba Esther Gordillo, de los Eduardo Medina
Mora, de los Luis Videgaray, de los Vicente Fox, de los Ernesto Zedillo, de los
Felipe Calderón, de los Diego Fernández de Cevallos, de los Madrazo y Emilio
Chuayffet, de los Alfredo Castillo, de los Miguel A. Osorio Chong, de los Jesús
Murillo Karam, de los Salvador Cienfuegos, de los Monte A. Rubido, de los David
Penchyna, de los Alejandro Luna Ramos, de los Alfonso Navarrete Prida, de los
Guillermo Ortiz Martínez, de los Pedro Joaquín Coldwell, de los Madero y Bravo
Mena, de los chuchos, de los bejarano (y sus fieles escuderos), de las Rosario Robles, de los
herederos de Talamantes, de los gober
precioso, de los que aprueban leyes
bala, de los milenios, de los atlacomulcos (los Hank, Montiel, Del
Mazo, González, Barrera) y los Golden boys, de los Opus Dei (con su Rotario de Dios, la Iglesia dentro de la Iglesia,
la Nueva Herejía, la Mafia Santa), de
los Caballeros de Colón, de los Legionarios de Cristo, de los obispos Chedraui
Tanous, de los monseñores Juan Odilón Martínez García y Onésimo Cepeda Silva, de
los Carlos Aguiar Retes y Carlos Garfias Merlos, de los curas pederastas y de
las narcolimosnas; es el sistema de los propietarios de la escuela privada de
la Hacienda de Toxi, del Instituto Panamericano de Dirección de Empresas, de la
Universidad Panamericana. Es el sistema de los televisos y los aztecas, de
los Romero Deschams y los líderes charros.
El asesinato de los jóvenes de
Ayotzinapa corre paralelo con el asesinato de los muchachos de Tlatlaya y de los
permanentes ajusticiamientos perpetrados por fuerzas militares o para-militares,
con los disparos del Ejército a ciudadanos y con las sistemáticas violaciones a
los derechos humanos, actos todos del mismo carácter, es decir, actos de terrorismo
del sistema.
El Estado mexicano, los grandes
magnates neoliberales-transnacionales que detentan el Poder en México no sólo
han sostenido una política de criminalización de las resistencias y las luchas
populares, sino, a través de esta criminalización, de manera sistemática
implementan un verdadero terrorismo sistémico. Orquestaron y sostienen la
tristemente célebre “guerra contra el narco” para fortalecer los aspectos
militares de las políticas estatales y abrir plenamente las puertas a la
contrainsurgencia gringa y a los aparatos de inteligencia del Imperio. Han
sostenido una creciente línea de legalización de la mayor beligerancia militar
y policiaca, han convertido a las fuerzas armadas mexicanas en policía, por
medios muy diversos vienen intimidando al pueblo, colocándolo en una plena
indefensión. Su política es pues terror de sistema.
Recordemos (como lo asienta la
Convención de la Organización de la Conferencia Islámica sobre la lucha contra
el terrorismo internacional) que terrorismo es “cualquier acto de violencia o
amenaza, prescindiendo de sus motivaciones o intenciones, perpetrado con el
objetivo de llevar a cabo un plan criminal individual o colectivo con el fin de
aterrorizar a la gente o amenazarla con causarle daño o poner en peligro su
vida, honor, libertad, seguridad, derechos”. La inhumana privación de la vida
de estas decenas de jóvenes de junio a septiembre, es un pequeño eslabón de la
larga cadena de actos estatales y para-estatales con los que se implementa el
plan de liquidar a los opositores al régimen hegemónico y desaparecer espacios
e instituciones incómodas o despreciadas por el gran empresariado. Las normas
rurales y los normalistas, y en general la juventud mexicana, son uno más de
los blancos de esta línea de aniquilación de “insumisos”.
Ante estos asesinatos del sistema,
verdaderos crímenes de lesa humanidad, formas diversas de indignación y de
protesta se han levantado tanto en México como en el mundo. Hay coincidencia en
pedir a Peña Nieto que haga justicia; se demanda castigo para el gobernador de
Guerrero y otros funcionarios; se ha ofrecido, incluso, enfrentar
vengativamente al grupo del “crimen organizado” que se presenta como el que
directamente orquestó los atentados contra los normalistas. El Colectivo de Reflexión en la Acción Rumbo
Proletario une su indignación y su coraje ante estos asesinatos y deja
constancia de su solidaridad con los hermanos normalistas y con los jóvenes
convertidos en blanco preferido de la represión priista-panista-perredista.
Frente a estos crímenes de sistema
y de lesa humanidad, los militantes de Rumbo
Proletario consideramos que no se puede esperar ni pedir justicia de los
asesinos mayores (los Peña Nieto) para que castiguen a los asesinos de abajo;
que no es la renuncia de ningún funcionario lo que puede compensar semejantes
crímenes. Que no es el enfrentamiento militar “revolucionario” contra alguna de
las fuerzas encartadas en el asesinato de los estudiantes lo que va a resarcir
lo cometido. En esta hora crucial llamamos al pueblo mexicano a tener presente
ese juicio certero, forjado en la experiencia de lucha contra un régimen también
represivo, que ante los asesinatos y las represiones contra el pueblo, ante los
pedidos de desaforar a funcionarios e incluso hacer uso del ojo por ojo, estableció:
“La cuenta que nos debe pagar el sistema capitalista es demasiado elevada como
para presentársela a un funcionario llamado ministro”, y “el terror individual
y de grupo es inadmisible porque empequeñece el papel de las masas en su propia
conciencia, las hace aceptar su impotencia y vuelve sus ojos y esperanzas hacia
el gran vengador y libertador que algún día vendrá a cumplir su misión”
(Trotski).
El asesinato de los jóvenes
normalistas, los de Tlatlaya y de tantos opositores al régimen, cometido por la
mayoría de los gobiernos priistas, debe reafirmar la convicción de que sólo un
levantamiento popular civil no violento, implementado y sostenido por fuertes y
combativas organizaciones revolucionarias de masas debidamente articulas y
coordinadas, que tenga como propósito la deposición y el derrocamiento de esa
verdadera casta de multibillonarios y de políticos de Estado, puede estar a la
altura de la deuda criminal que con este pueblo ha contraído la burguesía
mexicana. La lucha por regresar vivos a los jóvenes secuestrados por el régimen
priista-panista-perredista y por dignificar la memoria de los masacrados debe asumir
aquel propósito como estrella guía; arreciar el camino que lo haga realidad.
Debe desplegarse en acciones que pongan como eje la incorporación de más y más
sectores populares, la estructuración de una organización nacional que coordine
y articule las acciones de enfrentamiento al régimen. Hay que movilizarse a
todo el país, levantar al estudiantado a la protesta unificada y al despliegue
solidario de su enorme potencia como sector masivo y con altas posibilidades de
concientización, ir a los centros productivos a agitar la incorporación de los
trabajadores, ir desplegando movilizaciones cada vez más masivas por todo el
país, levantamientos y revueltas pequeñas y de signo diferente.
Ayotzinapa es otro más de los
crímenes de este sistema explotador de los Porfirio Díaz y Peña Nieto, un
crimen que sólo puede saldarse organizando paciente y sólidamente el derrocamiento
no violento de la dictadura perfecta priista-panista-perredista,
del gran empresariado servil y entregado al capital transnacional.
¡Sí, que se vaya el
priista-perredista Ángel Aguirre pero que también se vaya Peña Nieto y que se
vayan todos los que sostienen y viven del sistema de explotación y de opresión!
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