martes, 19 de diciembre de 2017

CRITERIOS PARA UBICARSE EN EL 18 (2)

   Armando Martínez Verdugo

Segundo criterio. Hay que tener muy claro por qué se lucha. Una lucha, cuando es auténtica, se realiza como construcción de la salida a un problema; luchar es actuar construyendo la solución de un problema, es actuar para resolverlo, y, finalmente, una lucha victoriosa es su superación.
 Los griegos de la antigüedad llamaban sexourasi a lo establecido, a lo conocido, a lo resuelto (el stablishment o el orden establecido). El sexourasi es la realidad fija. Ahora bien, cuando la realidad muta, cuando se mueve transformándose, cuando de clara pasa a oscura, de conocida se transforma en desconocida, lo que no tiene todavía explicación ni interpretación, entonces la realidad se hace probalo, es decir, problema. Se lucha, pues, porque se busca resolver un problema o un nudo de ellos, un enigma; construir la explicación de una realidad enigmática o de algo que no se comprende; hallarle o, mejor aún, construir la solución a una incógnita.
Atención, se lucha cuando se actúa para resolver un problema propio no un problema ajeno. La lucha es una acción independiente en la que los pueblos buscan superar una situación que les aqueja a ellos, que es su problema. La historia, sin embargo, está llena de acciones en la que los pueblos actúan no orientadas realmente a superar un problema propio sino un problema de una clase social o de un grupo determinado que incluso les explota y les oprime. Eso ocurrió, por ejemplo, con las revoluciones burguesas, en las que la burguesía usó a las masas populares como carne de cañón, las engañó con eslogans como libertad, igualdad, fraternidad, les prometió las perlas de la virgen pero, al final, los pueblos salieron desplumados.
No basta con saber eso, que ya es fundamental, pues simplemente implica, por ejemplo, que una circunstancia que permite que las resistencias se conviertan en lucha revolucionaria, consiste en que los pueblos ubiquen claramente el o los problemas que les aquejan, repito: que les afectan a ellos. También es indispensable que el pueblo sepa claramente distinguir los problemas fundamentales de los problemas secundarios; que no los confunda, pues se dan los casos en los que la gente hace mil y un esfuerzos para solventar cuestiones que no son ni con mucho las básicas en su vida concreta. Este error encuentra muchas expresiones. La encuentra, por ejemplo, cuando la población presenta pliegos petitorios cargados de demandas cuya solución en nada mejora sustancialmente su vida, pero dichos pliegos sirven para que los gobiernos se levanten el cuello presumiendo que han atendido las quejas populares. Esa “atención” a las quejas populares no sólo no atenta contra las políticas centrales de los gobiernos sino que incluso les sirve como barómetros para localizar fugas o deficiencias en sus negocios o en sus dominios y para fortalecer su aceptación entre la ciudadanía. Los problemas que llamamos secundarios, no son despreciables, pues son problemas. Pero son derivados de los problemas mayores, y su solución verdadera, que evite que a la vuelta de la esquina vuelvan a aparecer, depende de que sean resueltos los problemas fundamentales.
Con este cúmulo de consideraciones, veamos un ejemplo: el de la bandera casi principal del llamado candidato de la esperanza, la cuestión de la corrupción. Comúnmente, la corrupción se entiende como la práctica de utilización de las funciones y medios de las instituciones en provecho económico o de otra índole, por parte de sus funcionarios, gestores o directivos. Nadie duda que, en este sentido, el priismo-panismo es un ejercicio concreto corruptivo del Poder del capital; corruptivo en el sentido de que ellos realizan esas prácticas y en el sentido de que tienen una enorme capacidad para corromper. Todo lo que toca esa burguesía lo corrompe; es una burguesía que la modernidad capitalista ilustrada llamaría pervertida, bastarda. La burguesía europea, por ejemplo, trata de alejarse de la manera mexicana de realizar el Poder del capital. La justicia mexicana, ejemplifiquemos, es valorada como espuria, digna de desconfianza total.
Debe aclararse, entonces, ¿se trata de superar y acabar con la corrupción con el propósito de lograr una utilización de las funciones y medios de las instituciones capitalistas mexicanas, que dé  al capital la posibilidad de explotar sin fugas, sin pérdidas derivadas de que los funcionarios convierten a los recursos públicos en fuentes de su enriquecimiento personal o de grupo? ¿Se trata de que se establezca una explotación honesta, ética, ilustrada, pero al fin explotación? Esa es también una lucha contra la corrupción.
El pueblo no puede marchar bajo la bandera de una lucha de ese tipo contra la corrupción. Ya deben pasar los tiempos en los que se nos engañó con banderas ajenas. Naturalmente que el pueblo rechaza y combate la corrupción. Pero ésta, para ser bandera del pueblo, debe colocarse como demanda derivada de otra o de otras fundamentales, que son, en última instancia, las que garantizan que ni siquiera el virtuosismo burgués (que se ha  mantenido en las llamadas etapa de transición) vuelva algún día a manchar de corrupción a la vida social.
¿Cuál es la corrupción que el pueblo debe superar, por la que debe pelear sin tregua ni descanso? Debe acabarse con la corrupción de las relaciones humanas que el Poder, en este momento histórico el Poder del capital, ha impuesto, por la cual los que lo producen todo viven en la miseria y los que nada producen lo tienen todo; la corrupción que tiene como base la ruptura y separación de las funciones humanas de decisión y de ejecución, por la cual los que ejecutan no deciden y los que deciden no ejecutan (no trabajan, no producen, pero controlan y mandan).
Tercer criterio. Los problemas fundamentales, que se recogen en las demandas y las banderas fundamentales, no siempre pueden presentarse y enarbolarse de forma directa, sino a través de mediaciones. Éstas, las mediaciones, toman la forma de aquellas demandas con las que los pueblos expresan las necesidades que, después de una larga experiencia, acaban por ubicar como las de mayor urgencia, las de mayor significado, de las que sienten que depende arribar a una vida distinta, a la que acabaron por aspirar casi como su sueño radical; por las que incluso están dispuestos a los mayores sacrificios. Encontrar, o mejor: construir las soluciones para realizar y satisfacer esas necesidades, lleva directamente a una pregunta clave de la lucha revolucionaria. Esta es: ¿cuáles son los problemas fundamentales de una lucha revolucionaria concreta? En nuestro caso: ¿cuáles son esos problemas fundamentales del pueblo mexicano en este momento histórico? En el 18, esta cuestión debe ocupar la reflexión de los que están decididos a votar para sacar al priismo-panismo del gobierno; y también la de aquellos que todavía no lo han decidido. 

Explicaré esto en la siguiente reflexión. (19/12/2017).

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