Armando
Martínez Verdugo
Segundo criterio. Hay que tener muy claro por qué se lucha. Una lucha,
cuando es auténtica, se realiza como construcción de la salida a un problema;
luchar es actuar construyendo la solución de un problema, es actuar para resolverlo,
y, finalmente, una lucha victoriosa es su superación.
Los griegos de la antigüedad llamaban sexourasi a lo establecido, a lo conocido,
a lo resuelto (el stablishment o el
orden establecido). El sexourasi es
la realidad fija. Ahora bien, cuando la realidad muta, cuando se mueve
transformándose, cuando de clara pasa a oscura, de conocida se transforma en
desconocida, lo que no tiene todavía explicación ni interpretación, entonces la
realidad se hace probalo, es decir, problema. Se lucha, pues, porque se
busca resolver un problema o un nudo de ellos, un enigma; construir la
explicación de una realidad enigmática o de algo que no se comprende; hallarle
o, mejor aún, construir la solución a una incógnita.
Atención,
se lucha cuando se actúa para resolver un problema propio no un problema ajeno.
La lucha es una acción independiente en la que los pueblos buscan superar una
situación que les aqueja a ellos, que es su problema. La historia, sin embargo,
está llena de acciones en la que los pueblos actúan no orientadas realmente a
superar un problema propio sino un problema de una clase social o de un grupo
determinado que incluso les explota y les oprime. Eso ocurrió, por ejemplo, con
las revoluciones burguesas, en las que la burguesía usó a las masas populares
como carne de cañón, las engañó con eslogans como libertad, igualdad,
fraternidad, les prometió las perlas de la virgen pero, al final, los pueblos
salieron desplumados.
No
basta con saber eso, que ya es fundamental, pues simplemente implica, por
ejemplo, que una circunstancia que permite que las resistencias se conviertan
en lucha revolucionaria, consiste en que los pueblos ubiquen claramente el o
los problemas que les aquejan, repito: que les afectan a ellos. También es indispensable
que el pueblo sepa claramente distinguir los problemas fundamentales de los
problemas secundarios; que no los confunda, pues se dan los casos en los que la
gente hace mil y un esfuerzos para solventar cuestiones que no son ni con mucho
las básicas en su vida concreta. Este error encuentra muchas expresiones. La
encuentra, por ejemplo, cuando la población presenta pliegos petitorios
cargados de demandas cuya solución en nada mejora sustancialmente su vida, pero
dichos pliegos sirven para que los gobiernos se levanten el cuello presumiendo
que han atendido las quejas populares. Esa “atención” a las quejas populares no
sólo no atenta contra las políticas centrales de los gobiernos sino que incluso
les sirve como barómetros para localizar fugas o deficiencias en sus negocios o
en sus dominios y para fortalecer su aceptación entre la ciudadanía. Los
problemas que llamamos secundarios, no son despreciables, pues son problemas.
Pero son derivados de los problemas mayores, y su solución verdadera, que evite
que a la vuelta de la esquina vuelvan a aparecer, depende de que sean resueltos
los problemas fundamentales.
Con
este cúmulo de consideraciones, veamos un ejemplo: el de la bandera casi
principal del llamado candidato de la esperanza, la cuestión de la corrupción. Comúnmente, la corrupción
se entiende como la práctica de utilización de las funciones y medios de las
instituciones en provecho económico o de otra índole, por parte de sus
funcionarios, gestores o directivos. Nadie duda que, en este sentido, el
priismo-panismo es un ejercicio concreto corruptivo del Poder del capital;
corruptivo en el sentido de que ellos realizan esas prácticas y en el sentido
de que tienen una enorme capacidad para corromper. Todo lo que toca esa
burguesía lo corrompe; es una burguesía que la modernidad capitalista ilustrada
llamaría pervertida, bastarda. La burguesía europea, por ejemplo, trata de
alejarse de la manera mexicana de realizar el Poder del capital. La justicia
mexicana, ejemplifiquemos, es valorada como espuria, digna de desconfianza
total.
Debe
aclararse, entonces, ¿se trata de superar y acabar con la corrupción con el
propósito de lograr una utilización de las funciones y medios de las
instituciones capitalistas mexicanas, que dé
al capital la posibilidad de explotar sin fugas, sin pérdidas derivadas
de que los funcionarios convierten a los recursos públicos en fuentes de su
enriquecimiento personal o de grupo? ¿Se trata de que se establezca una
explotación honesta, ética, ilustrada, pero al fin explotación? Esa es también
una lucha contra la corrupción.
El
pueblo no puede marchar bajo la bandera de una lucha de ese tipo contra la
corrupción. Ya deben pasar los tiempos en los que se nos engañó con banderas
ajenas. Naturalmente que el pueblo rechaza y combate la corrupción. Pero ésta,
para ser bandera del pueblo, debe colocarse como demanda derivada de otra o de
otras fundamentales, que son, en última instancia, las que garantizan que ni
siquiera el virtuosismo burgués (que se ha
mantenido en las llamadas etapa de transición) vuelva algún día a manchar
de corrupción a la vida social.
¿Cuál
es la corrupción que el pueblo debe superar, por la que debe pelear sin tregua
ni descanso? Debe acabarse con la corrupción de las relaciones humanas que el
Poder, en este momento histórico el Poder del capital, ha impuesto, por la cual
los que lo producen todo viven en la miseria y los que nada producen lo tienen
todo; la corrupción que tiene como base la ruptura y separación de las
funciones humanas de decisión y de ejecución, por la cual los que ejecutan no
deciden y los que deciden no ejecutan (no trabajan, no producen, pero controlan
y mandan).
Tercer criterio. Los problemas fundamentales, que se recogen en las
demandas y las banderas fundamentales, no siempre pueden presentarse y
enarbolarse de forma directa, sino a través de mediaciones. Éstas, las
mediaciones, toman la forma de aquellas demandas con las que los pueblos
expresan las necesidades que, después de una larga experiencia, acaban por
ubicar como las de mayor urgencia, las de mayor significado, de las que sienten
que depende arribar a una vida distinta, a la que acabaron por aspirar casi
como su sueño radical; por las que incluso están dispuestos a los mayores
sacrificios. Encontrar, o mejor: construir las soluciones para realizar y
satisfacer esas necesidades, lleva directamente a una pregunta clave de la
lucha revolucionaria. Esta es: ¿cuáles son los problemas fundamentales de una
lucha revolucionaria concreta? En nuestro caso: ¿cuáles son esos problemas
fundamentales del pueblo mexicano en este momento histórico? En el 18, esta cuestión debe ocupar la
reflexión de los que están decididos a votar para sacar al priismo-panismo del
gobierno; y también la de aquellos que todavía no lo han decidido.
Explicaré
esto en la siguiente reflexión. (19/12/2017).
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