EL LLAMADO HISTORICO DE AYOTZINAPA
ARMANDO MARTINEZ VERDUGO
I
Rumbo Proletario ha insistido siempre en lo obligado que es considerar
que todos los esfuerzos que llevan a cabo sectores del pueblo exponiendo
demandas y exigiendo atención a sus necesidades, son formas específicas de
resistir ante el agravamiento de sus condiciones de vida y de trabajo. Hemos
llamado la atención sobre le necesidad de respetar a todas las resistencias,
viendo sobre todo a sus bases, a las mínimas muestras de protagonismo de abajo,
al grado de combatividad de sus actores. En función de esto, considerar a sus
direcciones formales. Hacerlo al revés, es decir, poner en primer plano las
consideraciones sobre los dirigentes, no ha ayudado a valorar adecuadamente lo
que el pueblo está haciendo, su disposición y hasta su estado de ánimo. Naturalmente,
no olvidamos que, de igual manera, del tipo de dirección que tengan las
resistencias depende, en buena parte, sus desenlaces. Lo primero, permite tener el pulso de los grados de disposición a
la lucha contenidos en la espontaneidad popular. Lo segundo posibilita definir
las líneas de la lucha ideológica y las tareas de conducción revolucionaria que
hay que atender.
Rumbo Proletario ha insistido también en la obligación de reconocer
las distinciones objetivas que se
guardan entre una y otra resistencia; a partir, sobre todo, del significado y
la trascendencia de cada una de ellas.
Hemos planteado que todo lo
anterior exige una ubicación --de
resistencias y de direcciones-- en la estrategia de construcción de las
soluciones requeridas.
Para nosotros, y en esto
coincidimos no sólo varios grupos revolucionarios anti-sistémicos sino mucha
gente que desde lugares sociales e ideologías diferentes ha arribado a la misma
conclusión: ningún problema fundamental del pueblo mexicano se resolverá de
manera verdadera y de raíz mientras al frente del Estado continúe esta élite de
multibillonarios y de sus funcionarios políticos que están a cargo de
administrar y hacer funcionar a la maquinaria estatal.
Para nosotros no hay tarea más urgente
y, por lo tanto, más importante que esa, la de derrocar o sacar de la
conducción político-estatal de la sociedad mexicana a aquella élite y a los
funcionarios estatales.
Estamos convencidos, y así lo
hemos defendido en todos los foros en los que hemos participado, que desde la
crisis de 1982, amplios sectores del pueblo –millones en realidad— le han
buscado solución a aquella tarea, de una manera más masificada, con mayor
continuidad que en décadas pasadas, con mayor persistencia, con una mayor
amplitud geográfica, con una mejor ubicación del blanco enemigo contra el cual
hay que concentrar los mayores esfuerzos, y con direcciones más cercanas a los
sentires populares. Estas resistencias se han desplegado en campos diferentes
de la conflictividad social y de clases: en lo reivindicativo-sectorial, en lo
político-militar, en lo comunitarista, en lo político-electoral y, seguramente,
en otros campos que todavía no alcanzamos a comprender.
Todo esto no ha bastado para
alcanzar el objetivo del derrocamiento; todo esto se ha mostrado grandemente
insuficiente y con enormes fallas. Pero esto verifica y revela lo que el pueblo
anida en sus determinaciones, en sus deseos y en sus posibilidades presentes. Y
esta realidad de las resistencias es lo que mejor puede permitirnos encontrar
los caminos que, ahora sí, den las necesarias victorias populares. Llamamos,
pues, a comprender (a estudiar) muy bien a este cúmulo de resistencias que
vienen dándose en las últimas décadas,
ubicándolas en un cuadro de otras resistencias que desde un pasado no
tan cercano, se han ganado ya un lugar histórico en la conflictividad nacional.
II
Rumbo Proletario ha venido planteando que, desde la crisis de
1982, en la lucha social y de clases en México empezó a abrirse un nuevo
periodo, que vino a remplazar al que muchos coincidimos en llamar de acumulación de fuerzas. Éste fue
sustituido por otro periodo de la lucha social y de clases al que denominamos periodo de encrucijada. Esta mutación
puso de manifiesto que, una vez más, la sociedad mexicana estaba madura para
una ulterior evolución progresiva, sobre la base de una ruptura revolucionaria
de relaciones sociales predominantes. El nuevo periodo fue inaugurado, y
sostenido por varios años, por una resistencia político-electoral popular que, incluso, influyó en varios
pueblos latinoamericanos que vieron en estos esfuerzos de sectores importantes
del pueblo mexicano un ejemplo[1],
o la evidencia de una nueva situación política continental.
El periodo de encrucijada
se agotó con la derrota político-electoral de los sectores movilizados del
pueblo, derrota que se define en diciembre de 2012 con la toma de la
Presidencia por parte de Enrique Peña Nieto. Esta derrota está llena de
enseñanzas, de lecciones para nuestro
pueblo, para los revolucionarios. Algunas de ellas son, por ejemplo, que la
resistencia político-electoral popular
no es la movilización que va a imponer hoy un cambio en la correlación de
fuerzas entre el Poder de la burguesía hegemónica y las fuerzas populares; que
el papel histórico de esta resistencia no es el de abrir el proceso de repliegue de la burguesía hegemónica, no es el
de abrir el proceso de pérdida de la
iniciativa histórica de esa burguesía, no es el de abrir el proceso de forja de
lo que sería una especie de ejército político
de la nueva revolución. El papel histórico de esta resistencia (la
político-electoral) parece ser el de cerrar
o constituirse en lo que Lenin llamaba el epílogo del proceso. Si
vemos las experiencias de las últimas revoluciones triunfantes en América
Latina (Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Uruguay, Salvador, etc.) vemos que una
tendencia de este talante parece la más probable.
Pero esa derrota enseña que otro tipo de dirección
político-ideológica es necesaria para que la resistencia político-electoral popular se desempeñe, dentro de la estrategia revolucionaria, en el papel
que aquí hemos esbozado. Que es preciso otro tipo de estructuramiento
organizativo de los sectores movilizados en el campo político-electortal.
Hemos dicho que esta derrota acarreó, en los sectores movilizados --que fueron millones--, un importante desencanto, un repliegue y una
caída de la débil pero significativa articulación que se había conseguido en el
lapso del 82 al 2012.
La coyuntura de la derrota y del repliegue, empieza a ser
superada por una nueva reanimación popular, por una nueva oleada de
resistencias. Pero ahora ya no es el campo político-electoral el preferente de
las fuerzas movilizadas. Ahora, una resistencia de nuevo tipo empieza a ocupar
la primera avanzada en la resistencia popular; ya no es la lucha
político-electoral, ni tampoco las resistencias reivindicativo-sectorial ni la
comunitarista, las que están en la punta, marcando pauta, ritmos y contenidos
en las demandas enarboladas.
Ahora la avanzada la ocupa la resistencia que está
simbolizada, representada y significada por una bandera, por un concepto. Esta
resistencia se señala con la palabra
--verdadera categoría político-programática-- Ayotzinapa.
Es la resistencia motivada por los nuevos actos de liquidación de sectores
rebeldes y combativos del pueblo, la resistencia que se ha levantado por la
brutalidad, la monstruosidad, la bestialidad ejercida por el Poder contra algo
muy apreciado por nuestro pueblo: la juventud. En y con Ayotzinapa la burguesía
hegemónica mostró sus entrañas criminales, fascistas, asesinas; las mostró en
grados que creíamos inimaginables.
La resistencia que se significa con el concepto Ayotzinapa no es una resistencia más; es de nuevo tipo.
Primero, porque sin abandonar la demanda que pudiéramos
considerar de “sector” (¡queremos de regreso a nuestros hijos, a nuestros
hermanos, a nuestros compañeros, a los jóvenes que se llevaron!) inmediatamente
se engarza con la demanda más radical del momento (¡Abajo Peña Nieto y todo su
mal gobierno!). Segundo, porque, desde
una significativa movilización (no desde un grupo político ni desde los
gabinetes intelectuales) se consigue
caracterizar por medio mundo (o por mundo y medio) al jefe del Estado y del
gobierno de México (Enrique Peña Nieto) como un delincuente de lesa humanidad, factible, muy factible, de ser
sentado en el banquillo de los acusados de la Corte Penal Internacional. Porque
ha concitado, fomentado y permitido la globalización de esta resistencia, la
cual ha rebasado las fronteras para asentarse en los cinco continentes. Ninguna
resistencia mexicana –tal vez en menor
medida lo consiguió en algún momento la solidaridad mundial con el EZLN, aunque
ésta nunca ha sido de acciones de masas simultáneas en todo el planeta-- ha conseguido la solidaridad tan activa, tan
combativa como lo ha logrado Ayotzinapa.
Las manifestaciones de sectores de los más distintos espacios de la vida
científica, artística, cultural, laboral, de género, religiosa, etc. han sido
inéditas o, cuando, menos poco vistas en México desde siempre. A nivel interno,
Ayotzinapa ha logrado niveles muy
importantes de articulación y sincronía de varias resistencias y fuerzas
sociales y políticas. La persistencia de los actores que más abiertamente
aparecen como los dirigentes de este proceso; sus muestras de creatividad, de
valentía. Se trata de una resistencia que ha roto y desestructurado la táctica
burguesa mexicana tradicional de dar largas al asunto, de cohechar, de
amedrentar; una resistencia que ha echado abajo la “verdad histórica” con la
que el Poder acostumbraba a dar carpetazo a procesos populares. Ha impuesto la
presencia de organismos internacionales de lucha por los derechos humanos, de
instituciones con los que ha ido desenmascarando las mentiras y las patrañas
peñanietistas. En fin, una resistencia que ha introducido una nueva
subjetividad en la conflictividad nacional.
Esta es la resistencia que hoy le pone punta a la
resistencia popular general.
III
Por estas razones, la responsabilidad de Ayotzinapa es muy grande. Y por estas
razones también, contra Ayotzinapa están
lanzadas las armas más destructoras que a la perfección sabe usar el Régimen.
Ayotzinapa no es
una escuela. Ayotzinapa no es un
sector. Ayotzinapa no son los padres
de los muchachos que se llevó el criminal
Poder burgués mexicano, ni son tampoco sus condiscípulos, que tan
gloriosamente mantienen en alto las banderas que forjaron los normalistas
rebeldes que pretende eliminar el Estado mexicano. Es todo eso y más, mucho
más. Es un programa, es una estrategia, es una voluntad histórica de cambio, es
una revolución en ciernes, o en posibilidad crecida. Todos somos hoy Ayotzinapa, y en todos está la
obligación de hacer de Ayotzinapa la
mayor y la más genuina articulación de todas las resistencias y de todas las
fuerzas y personalidades que tengan un agravio (aunque sea un solo agravio) de
la burguesía hegemónica; la mayor sincronía en las acciones. Ayotzinapa no puede agotarse ni seguir
la línea de las acciones pequeñas, separadas, localistas, con estrechez de
planteamientos. Por Ayotzinapa hay
que llevar a cabo grandes, gigantescas movilizaciones, enormes concentraciones
que realmente sacudan la correlación de fuerzas, rompan clara y definitivamente
los consensos que esa burguesía ha forjado en amplios sectores del pueblo. Ayotzinapa debe crisolar todas las
demandas particulares, de sector, tradicionales y venidas de los agravios de la
modernidad. Un crisol en lo que se refiere a las banderas de lucha, una sola
demanda (¡Abajo Peña Nieto y todo su mal gobierno!). Un crisol en cuanto a
tiempos y ritmos de movilización. Un crisol en cuanto a planes de acción. No hay que distraer fuerzas en ninguna otra
acción que no sea lo que significa y representa Ayotzinapa.
Ayotzinapa hoy une
y reúne en un plano superior todas las demandas, las peticiones, las
plataformas de lucha, los proyectos políticos populares, pues ningún problema
fundamental del pueblo mexicano podrá ser resuelto de una manera verdadera,
integral y definitiva si no se desplaza a esa casta de multibillonarios que hoy
detentan la conducción económica, política, cultural, etc., de la sociedad
mexicana.
La amenaza de represión y asesinato está presente contra
este proceso. Pero contra él también actúan quienes tratan de sacar adelante la
idea de que los 43 normalistas fueron asesinados,
en lugar de asumir que fueron desaparecidos
de manera forzada. Lo primero sería un crimen que se debería castigar de
acuerdo a las leyes penales mexicanas. Lo segundo es un delito de lesa humanidad que debe ser castigado como atentado a las
normas humanas, que debe ser castigado por la humanidad; que nunca prescribe, que cae dentro de la
delincuencia gubernativa. No es el Estado mexicano el que debe castigar a los
culpables de la desaparición forzada de los 43. ¿¡Cómo va a serlo si el Estado
mexicano es el que los desapareció de manera forzada!? ¿Cómo pretender que el
Estado encuentre a los culpables y los castigue, si él es el sujeto activo, si
él es el terrorista, el fascista, el delincuente de lesa humanidad, el
genocida?
Pero también dificultan que Ayotzinapa despliegue todo su potencial y no se mediatice y no
muera, aquellos que, en lugar de concentrar todo en torno a este proceso, le
montan llamamientos y actuaciones como lo del constituyente y la nueva
constitución. Este llamamiento carece de las condiciones históricas para ser
viable en el momento actual, por lo que, si se quiere, de manera objetiva, coloca
a otro tema como el eje aglutinador de las diversas resistencias populares; le
resta a Ayotzinapa la concentración
debida.
Naturalmente, a la dirección inmediata de esta resistencia
le puede pasar lo que a otras resistencias:
le puede pasar que se estreche en un espacio limitado, que adopte una
actitud sectaria, excluyente, y no vea que sola la gigantesca unidad de todos
los agraviados por el Régimen puede conseguir su derrocamiento.
Ayotzinapa es hoy
la oportunidad de oportunidades para hacer avanzar como nunca la articulación,
la unidad programática, la unificación política. Sobre todo porque un rasgo
importante del nuevo momento político nacional es que junto con Ayotzinapa se
despliegan y toman fuerza movilizaciones de gran calado histórico como la que
lleva a cabo el magisterio nacional.
[1] La
elección mexicana es tomada “como punto de partida”, la “primera en la historia
reciente en la que un candidato presidencial de izquierda, Cuauhtémoc Cárdenas,
tuvo a su alcance el triunfo”. Regalado Roberto. 2009. De Marx, Engels y Lenin
a Chávez, Evo y Correa. Reforma y revolución entre imaginario y realidad. En América Latina hoy. ¿Reforma o revolución?”,
Ocean Sur, México. Pág. 30.
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