viernes, 5 de junio de 2009

Armando Martínez Verdugo

En su discurso último en el zócalo, del 22 de marzo del presente año, Andrés Manuel López Obrador declaró lo siguiente: “A manera de síntesis sostengo que no se podrá frenar la degradación que se padece actualmente en el país y darle bienestar al pueblo y prosperidad a México, si no llevamos a cabo una verdadera transformación en todos los órdenes de la vida pública”. Esta declaración marca un punto de viraje en la lucha del Presidente legítimo y dota de un nuevo contenido al movimiento ciudadano que viene encabezando. Claramente se trata de proclamar que no habrá solución radical (porque es de raíz) y definitiva a ninguno de los problemas fundamentales de nuestro pueblo y del país todo si no es a través de una revolución.

Esta declaración de López Obrador engarza con aquella que hiciera en uno de sus recorridos por los municipios, en la que externó la necesidad de “derrocar” al grupo político que actualmente detenta la conducción político-estatal de México. La expresión suena fuerte, aunque en simple español significa bajar de la roca a quien se había encumbrado, esto es, deponer al gobernante que carece o ha perdido legitimidad y que, por ello mismo, ha caído en la ilegalidad (sobre todo porque incumple y violenta los principios constitucionales fundamentales y, ante todo, los derechos ciudadanos e individuales).

Al proclamar la impostergable necesidad de “derrocar” a los actuales gobernantes por medio de una “verdadera transformación”, Andrés Manuel no hace otra cosa que ubicarse en la línea histórica de todos los grandes dirigentes de las revoluciones que en el país ha habido. En rigor, todos nuestros héroes nacionales han derrocado o han luchado por derrocar a gobiernos espurios y usurpadores; así lo hicieron Hidalgo y Morelos frente al dominio español que se impuso a la conducción político-estatal (de la llamada nobleza azteca) que prevalecía a su llegada; así lo hizo Juárez (contra Maximiliano), y es lo que llevaron a cabo Zapata y Villa, por ejemplo.

El Presidente legítimo concluyó su discurso del zócalo con un postulado que igualmente marca un hito en su sostenida lucha por la liberación de nuestro pueblo, postulado que debemos analizar y destacar en toda su relevancia: “También creo –señaló—que los cambios tendrán que darse de abajo hacia arriba, a partir de una revolución de las conciencias, de un cambio de mentalidad…, y también con la organización y la más amplia participación de la gente”.

Ambos postulados ponen de manifiesto que el movimiento ciudadano que encabeza López Obrador no es efímero ni circunstancial, sino profundo y orientado a hallarle solución verdadera y definitiva a los graves problemas de nuestro pueblo. Revelan también que él mismo es un dirigente histórico que conscientemente sostiene un compromiso con las causas de la liberación. Por estas razones, la gente confía en Andrés Manuel, ha depositado en él sus esperanzas.

Cuando López Obrador convoca al pueblo a apoyar a algún candidato, aunque estén postulados por diferentes partidos (PRD, PT y Convergencia, en las elecciones del presente año) debemos estar seguros que aquellos dos propósitos están presentes. Lo fundamental no es la institución o los partidos a través de los cuales vehiculiza su actividad o su propuesta, sino los objetivos que persigue, la causa a la que servirán las acciones de este dirigente histórico. Los caminos para fortalecer los esfuerzos y las iniciativas lopezobradoristas son variados y se complejizarán todavía más. Los ciudadanos no le regatearemos nuestro apoyo pues estamos seguros que en el fondo de sus iniciativas están sus determinaciones de luchar por una nueva revolución que debe ser construida desde abajo, con el pueblo y desde el pueblo.

am_verdugo50@yahoo.com.mx